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Una lectura posible sobre la angustia.

  • Foto del escritor: Mariano Mendoza
    Mariano Mendoza
  • 12 sept 2020
  • 6 Min. de lectura

Me propuse escribir sobre la angustia, eso que tiene mil caras, muchos nombres o ninguno. Me propuse escribir sobre este tema en particular porque es una consulta que recibo a menudo. Ataques de pánico, ataques de ansiedad, crisis de pánico, o “algo que me pasa y nose bien que es, pero siento que no puedo hablar, que todo el cuerpo se me agita y me duele la cabeza y traspiro como frio” dirá una paciente.

Definiciones hay muchas, por ejemplo, un estado emocional displacentero que se acompaña de cambios somáticos y psíquicos, que pueden presentarse como una reacción adaptativa, o como signo o síndrome que acompaña diversos padecimientos médicos y psiquiátricos. En pocas palabras, nada determinado, sino que muchas cosas juntas. El concepto de ansiedad tiene su origen en el término latin anxietas, que se trataría de una condición que experimenta una persona como intranquilidad, nerviosismo o preocupación. Aquí es importante realizar una primera salvedad, la angustia, no debe ser medible en términos de buena o mala, positiva o negativa, sino más bien interrogarla. “Estoy muy angustiado, nose que me pasa”, “esta angustiado porque…”, “le está pasando que se angustia de nada…” Frases coloquiales que parecen no decir nada, que tienen mucho más que lo dicho. Indican que algo suceda, nos da la pauta de algo singular.

La angustia es constitutiva del propio sujeto, el sujeto atravesado por el lenguaje es un sujeto angustiado, por algo que no sabe – y nunca lo sabrá- podrá suponerlo, dará algunos rodeos intentando responder, eso que angustia. Pero que es lo que angustia, la falta, algo tan propio y tan ajeno. La imposibilidad de dar respuesta a que me quiere el otro, o que quiero del otro, una verdad por fuera de todo discurso. Aquí aparecen intentos de respuesta que viene de los otros, “lo que a vos te pasa” “esta angustiado porque” dirán algunos de los acompañantes de los pacientes. Esta angustiado porque vive. Esta angustiado porque es un ser hablante, porque está atravesado por el lenguaje, porque hay una exigente que percibe propia, pero es del Otro.

Freud postulo que la angustia surge como respuesta a un peligro, dado por la ruptura de la barrera protectora de las cantidades en juego, que se produce por un incremento de estímulos. Algo que inunda y rompe la homeostasis psíquica. Propone dos caminos posibles para esta angustia. El primero es la angustia señal, como aquella que avisa del peligro, donde el yo intercede para motorizar la defensa en pos de elaborar una respuesta para no quedar inundado de esa energía no ligada. Es decir, propone un intento de ligazón de este monto de afecto ante la percepción de un peligro de ruptura del homeostasis. Por otro lado, la angustia traumática se asocia a un desborde o desvalimiento por la situación de peligro que pone en riesgo al aparato psíquico. El sujeto no cuenta con los recursos para un hacer algo con eso que invade desde lo real y eso angustia. Cuando la angustia señal no funciona adecuadamente aparece un desregulamiento por fuera del velo fantasmático.

La siguiente pregunta que surge es, ¿qué pasa con esa angustia que no se puede explicar, ni expresar y no hay tiempo para transitarla y tramitarla?

Freud en “La neurastenia y la neurosis de angustia” (1895), presenta el cuadro clínico de la neurosis de angustia. En primer lugar, ubica la excitabilidad general, es decir una elevada excitabilidad que daría cuenta de una acumulación o dificultad en la tramitación, por ejemplo, la hiperestesia auditiva, que refiere a una hipersensibilidad auditiva que podría causar insomnio. Por otro lado, ubica la espera angustiosa, figurada como ansiedad, tendencia a visión pesimista de las cosas, como una especie de obsesión. Esta espera angustiosa, es un síntoma nodular de la neurosis. Aquí reconoce la teoría sobre la perturbación homeostática del aparato psíquico. Se halla un quantum de ansiedad libremente flotante, que se podría anexar a cualquier representación. Sin embargo, esta espera angustiosa puede irrumpir en la conciencia de repente y originar un ataque de angustia no asociada a ninguna representación o unida al temor a morir o la locura, enlazada a perturbaciones fisiológicas, respiración, circulación sanguínea, palpitaciones, sudores, temblores y malestar digestivo. Algo similar a lo propuesto en el DSM V, como trastorno de pánico, como la aparición súbita de miedo intenso o malestar que alcanza su máxima expresión de al menos cuatro síntomas de los siguientes, palpitaciones, golpeteo del corazón con aceleración de la frecuencia cardiaca, sudoración, temblor o sacudidas, sensación de dificultad para respirar o de asfixia, sensación de ahogo, dolor o molestias en el tórax, nauseas o malestar abdominal, sensación de mareo, inestabilidad, aturdimiento o desmayo, escalofríos o sensación de calor, parestesias (sensación de entumecimiento o de hormigueo), desrealizacion (sensación de irrealidad) o despersonalizacion (separarse de uno mismo), miedo a perder control o de “volverse loco", miedo a morir. Inferiremos aquí que hay una íntima relación entre ataque de angustia y los ataques de pánico. ¿Ataques? ¿Quién o que ataca? ¿Sera del goce del Otro de lo que se defiende?

En la actualidad cada vez más personas son diagnosticadas en relación a la ansiedad, estrés, ataques de pánico, burnout[1], depresión, insomnio y consumo de sustancias. Esto podría pensarse como modos de arreglárselas ante la angustia, de hacer algo con ella. Angustia ante lo que implica vivir, ante tomar determinada posición o decisión (que supone una pérdida, algo que queda de lado); en un mundo donde pareciera que no hay lugar para segundas oportunidades, donde todo debe ser realizado inmediatamente y a la perfección, y es determinante para el futuro. “no puede ser que me equivoque siempre” autoreproche repetido en varias oportunidades por un paciente (en relación a algo que intento una sola vez).

El mercado surge como organizador de la vida cotidiana y el consumo obtiene un valor central. Lacan propone en sus discursos modos de lazo social que coexisten. El discurso del amo, plantea que existe un esclavo que tiene un saber y un amo que se jacta de “hacer que se hagan las cosas”, que la cosa marche, que no se detenga, no ignorando el saber de esclavo, sino más bien lo utiliza para su propio goce. ¿Qué es lo que hace que alguien quede en posición de esclavo? Podríamos aventurar una respuesta decir, que hay un goce en servir(se). Un goce en relación al lazo social, algo más que se obtiene de la relación con el Otro. Se busca un amo, porque el amo ordena, barra al sujeto y lo (en)causa. Ahora bien, que pasa con el amo moderno, un amo totalitario que ejerce poder a partir del saber. Consecuente con la época de lazos sociales endebles, de subjetividades cautivas. Lacan propone el discurso universitario, como el del “Todo saber”, donde parecería no haber nada más. Un lazo social, donde el lazo ahorca y de social poco queda, la normativización hegemónica está a la vuelta de la esquina. El sujeto queda por fuera de la operatoria, se burocratiza la vida cotidiana, se acumula padecimiento y malestar. La cotidianeidad se convierte en un mero trámite, un tachar pendientes, todo parecería dar lo mismo. No hay instante para detenerse ni subjetivarse. La acumulación de tensión sintomatiza el cuerpo y se expone al amo agazapado disfrazado de verdad propulsora del saber totalitario. El saldo de esta operatoria, un salto en la cadena de producción, algo se detiene y nos toparnos con la falta. Es interesante pensar que sucede cuando algo nos obliga a desengancharnos de la rutina, muchas veces es en ese instante que aparece los llamados ataques de pánico, o angustia. Angustia frente ante la imposibilidad de satisfacer plenamente la demanda del Otro, sensaciones de aniquilación por la culpa tal vez. Sentimiento de culpa en dos tiempos, ante lo que se debería haber hecho/dicho, y lo que se podría hacer/decir. Diferentes formas adecuadamente equivocadas para responder por la relación esencial de la angustia con el deseo del Otro. Serán estos ataques de pánico la alarma corpórea, que viene a dar cuenta de que hay que generar un cambio, detenerse, transitar esa angustia que desborda en la suma de exigencias y no decantar en consecuencia. Sera que el Otro se percibe cada vez más amenazante y la no respuesta oportuna a su demanda nos deja en jaque ante la falta de modelos de identificación por fuera de las idealizaciones. Reconocer y reconocerse en falta parece el camino para desgastar las exigencias cotidianas, dar lugar a la subjetividad y romper con el imperativo de época “Imposible is nothing[2], es decir, si nada es imposible, es porque, todo es posible. Un todo que obturaría la falta, la cual sabemos es necesaria para dar lugar al deseo, que angustia, pero nos da la pauta de una subjetividad en juego.

Bibliografía.

1. Freud, S. (1895), “La neurastenia y la neurosis de angustia”Obras

completas, vol. I, Buenos Aires, Ballesteros,

2. Freud, S. (1926), “Inhibición, síntoma y angustia”, Obras completas, vol. XXI, Buenos Aires, Ballesteros

3. D.S.M.-V. (2013). Criterios diagnósticos (A.P.A.), Madrid, Editorial Médica Panamericana.

4 Fenichel, O (1988) “Las psiconeurosis”, Teoria Psicoanalitica de las Neurosis. Mexico, Editorial Paidos.

5 Lacan, “Seminario 17 El reverso del Psicoanalisis”

[1] es un término que se utiliza con frecuencia para aludir a un síndrome vinculado al estrés, y trastornos emocionales, que se encuentra estrechamente relacionado con el ámbito laboral. [2] Eslogan de Adidas, marca de indumentaria deportiva.

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